Fátima se sentía sucia, demasiadas manos habían pasado por ella. Durante toda su vida se había visto asfixiada por un protocolo que su adorada madre Perséfone le había impuesto. Una estructura cercana al rigor mortis que la despojaba de su alma. Mientras, Perséfone se vanagloriaba de ser siempre acariciada por delicadas manos y empujaba aquellas más toscas a los brazos de su tímida hija.
Fátima había crecido, ahora poseía un aspecto mucho más sofisticado, pero ello también produjo un efecto atrayente, siendo insultada, vejada y golpeada; destruyendo la reputación de magnificencia que con tanto esfuerzo consiguió labrarse y viendo como su hija Cloe alcanzaba un éxito con el que siempre soñó.
En ese aspecto Cloe se asemejaba a su abuela porque, aunque manos toscas trataran de vilipendiarla, supo escoger a quien entregarse sin reservas. Fátima envidiaba a su hija, pues aunque formara parte de ella misma, no lograba entender porque carecía de la fuerza y el carácter necesarios para imponerse y declarar en firme donde se encontraba, abandonando de una vez el cobijo del ala de la vieja Perséfone.
Al fin, Fátima comprendió porque su madre le había maltratado. Ahora que se encontraba sola ante el mundo tenía la certeza de que no importaba cuantas obscenas zarpas trataran de echarle el guante, pues ya solo se interesaba por aquellas finas y de bella factura que le trataban con toda la importancia que se merecía…
… y aunque Fátima ahora está sola, solo es feliz ahora.
Fátima había crecido, ahora poseía un aspecto mucho más sofisticado, pero ello también produjo un efecto atrayente, siendo insultada, vejada y golpeada; destruyendo la reputación de magnificencia que con tanto esfuerzo consiguió labrarse y viendo como su hija Cloe alcanzaba un éxito con el que siempre soñó.
En ese aspecto Cloe se asemejaba a su abuela porque, aunque manos toscas trataran de vilipendiarla, supo escoger a quien entregarse sin reservas. Fátima envidiaba a su hija, pues aunque formara parte de ella misma, no lograba entender porque carecía de la fuerza y el carácter necesarios para imponerse y declarar en firme donde se encontraba, abandonando de una vez el cobijo del ala de la vieja Perséfone.
Al fin, Fátima comprendió porque su madre le había maltratado. Ahora que se encontraba sola ante el mundo tenía la certeza de que no importaba cuantas obscenas zarpas trataran de echarle el guante, pues ya solo se interesaba por aquellas finas y de bella factura que le trataban con toda la importancia que se merecía…
… y aunque Fátima ahora está sola, solo es feliz ahora.